6 feb 2013

La Caída


- So this is how it feels to be free.
- Like falling.
Fue lo que alcanzó a escuchar a una pareja de extranjeros en una playa desolada cuando tenía 12 años, y la guardó en su memoria hasta aprender el inglés suficiente para alcanzar a traducirlo.
Entendió el significado literal de la conversación pero al no lograr descubrir el contexto de ésta, le hizo una morada a la frustración en su cabeza, a la vez que el concepto de la libertad le obsesionó, repicando en su mente casi a diario, provocándole que tomara como decisión el no permitir que otra voluntad que no fuera la suya dominara sus actos, pero, malinterpretándose a sí mismo, había dedicado al azar cada una de sus acciones, convirtiéndose así en un solitario.

Tenía 26 años ahora, y un trabajo sencillo en la oficina de correos; pasaba sus mañanas y tardes ocupado en su empleo, y largas noches leyendo correspondencias olvidadas y sin reclamar, mismas que formando cúmulos sin forma habían rodeado el pequeño microcosmos que era para él su habitación, llenándola de sobres abiertos con indolencia, desparramados por todos los lugares, mezclándose con las escasas cartas que había recibido para su persona. Sus días eran lentos y transcurrían con desgano, para evitar la monotonía visitaba una vez por semana un mirador ubicado la parte alta de la ciudad, donde se podía contemplar el montañoso paisaje que rodeaba la urbe. Hacía esto de la misma manera que realizaba otras actividades tales como cenar, ir al cine, caminar y otros etcéteras: sólo.  No le gustaba del todo esa situación, pero había llegado a habituarse a ella.

En su corta existencia había encontrado a tres mujeres a las que hubiera estado dispuesto a hacerles un espacio en su vida. La primera, con la que mantenía una esporádica correspondencia, fue a trabajar fuera del país, y por la cual aún tenía un platónico sentimiento. La segunda, a pesar de todos sus esfuerzos por conquistarla terminó quedándose con el hermano de él. Y la tercera hace poco había dado a luz al hijo de uno de sus compañeros de trabajo al que él mismo le había presentado.

Había días en los que le atormentaba ésta situación mientras observaba la ciudad, y otros simplemente dejaba que su mente vague con el frío y aterciopelado viento, sintiéndose así más libre que nunca; hasta que un día recibió una carta. Ella, la primera mujer que le había importado, le escribía para informarle que regresaba al país, que ansiaba mucho el verle. Leyó la carta faltando un día para su llegada y no estaba seguro de cómo se suponía que debía de sentirse al respecto.

Regresó a su casa con la mente y el cuerpo cansados, tenía una carta que él había escrito para ella el día anterior, atrapada en un sobre ya sellado, pero que aún no se había decido a enviar, y que ahora se encontraba perdido en el montón de misivas ajenas que rodeaba su recámara. Quería releerla y memorizarla, ya que nunca había sido bueno con la palabra hablada y toda su elocuencia estaba encerrada en las locuciones escritas en ese papel, pero el cansancio le impidió buscarla, y tumbándose en la cama se perdió en la inconsciencia mientras la luna se paseaba por el cielo hasta volver a ocultarse. Se despertó intranquilo junto con los primeros rayos del sol y regresó a los correos para otro monótono día de trabajo, del que salió temprano para la cita que había concertado; fue primero a su casa a hurgar entre las colinas epistolares de su habitación en busca de la única carta que le importaba ahora, le tomó dos horas el encontrarla (diecinueve minutos después de la hora señalada para encontrarse con ella) y al hacerlo, salió disparado hacia el café en el que había sido citado, serpenteando entre vehículos y personas hasta llegar a él.

La observó por el ventanal y estuvo a punto de entrar, pero algo le detuvo, algo que de una u otra forma le hizo aferrarse a sí mismo. Ella estaba sentada a la mesa, más bella que la última vez que él recordaba haberla visto, con la mano izquierda sosteniendo una taza llena de café, llevándola hacia sus labios, entonces reparó en su dedo anular, adornado por una brillante sortija con una piedra preciosa engarzada en ella. No quiso adelantar conclusiones, buscó motivos para semejante accesorio, ninguno de ellos, aparte del obvio le pareció convincente, y de todas maneras llegó a sentirse aliviado, como si una pesada carga hubiera sido quitada de sus hombros, preguntándose si era él mismo el que había decidido quedarse parado, inmóvil frente al ventanal, o si era una fuerza ulterior la que le impedía moverse, entrar, y hablar con ella.

Permaneció ahí, afuera del lugar durante casi una hora, con su carta colgándole con indolencia de la mano, hasta que ella se levantó, y con movimientos rápidos salió del café pasando junto a él, sin reconocerle. Rió para sus adentros, y al ver que la tarde ya se había alejado se dispuso a caminar de vuelta a su pequeño hogar, pero sus pasos le traicionaron y terminó en el mirador que frecuentaba, vacío y silente. Se arrimó al barandal con suavidad y dejándose arrullar por el sibilante viento no notó cuando éste le quitó la carta de su mano y se la llevó consigo, lejos, tanto del lugar como de su mente.

Escuchó el sonido de unos tacones altos que rompieron el silencio en que se había sumido, una mujer se arrimó de espaldas al vacío, a pocos metros de él, y encendió un cigarrillo.
- ¿Así que esto es lo que se siente el ser libre?
Escuchó que ella se preguntaba a media voz, mientras una voluta de humo escapaba de su boca, y su mirada se encontró de manera huidiza con la de él. La pregunta retumbó en su cabeza, cerró los ojos mientras aspiraba la humareda que se había creado, y se sumergió en la libertad de su propia caída.