11 mar 2012

Hugo Cabret, Georges Méliès y la Ingenuidad en el Cine.

Hugo Cabret y el Autómata.
Siempre es difícil empezar... cualquier obra, ya sea pictórica, cinematográfica o literaria, sin importar que termine siendo una obra maestra o una simple actualización en un blog menguante (?). 

Pero ya que empecé con una extraña introducción abordaré el tema del que quería hablar en ésta ocasión; hace poco tuve el placer de observar la adaptación cinematográfica de "La Invención de Hugo Cabret", misma que me dejó sin palabras. Debo admitir que no había leído el libro previo a ver la película, así que no estaba del todo seguro a que me enfrentaba (lo único sorprendente en ese momento fue el encontrarme con una película dirigida por Scorsese sin una premisa escabrosa), pero me encontré de cara con una realidad de la que fui conciente, pero que se desvaneció con el paso del tiempo, con la realidad de lo que es, en su corazón, el Cine.

Afiche de "La Guía de Cine para Perversos" (Slavoj Žižek - 2006)

En los últimos años se nos han presentado teorías y discusiones acerca de la "perversidad" de la Palabra, de la Imagen, del Cine, y del Arte en sí (volteo a ver a Slavoj Žižek), pero tales teorías caen en una acentuada subjetividad, tales teóricos, semiólogos y demás no ven más que aquello que quieren ver, sus arquetipos burdamente complejos nublan totalmente su visión. La perversidad, al igual que la belleza, está en el ojo del espectador.


Como contrapunto a lo dicho anteriormente, también me encontré hace poco en una sala de cine abarrotada viendo una película hecha sin otra pretensión que la comercialidad ("Viaje 2: La Isla Misteriosa" -o algo así- para ser más específicos) y me topé con un público entusiasta que realmente gozó de lo que veía, la película se presentó así misma como un espectáculo para relajarse, y así mismo fue recibida; ahí recibí otra revelación. 

Uno, como "artista" muchas veces se olvida de su público, se lo desdeña. Nos hemos olvidado de soñar, uno se mete en la cabeza tantos y diferentes conceptos, pero no los asimila como tales, se toma a las ideas y se las transforma en preceptos que en muchas ocasiones son imposibles de seguir en sí mismos; las volvemos una densa mescolanza que nos impide el volver a soñar. Se trata de presentar estos conceptos de una manera "artística" y vanamente compleja que al público, nuestro público, se le hace difícil digerir y por lo mismo, la rechaza.

El esnobismo y el complejo de superioridad se ha hecho más y más evidente con cada círculo selecto que se crea. Ahora cualquier obra creada para el público "general", se la considera de segunda categoría, como una muestra de simple condescendencia.
Haciendo un lado a Hollywood se ha formado una suerte de aristocracia (el "esnobismo" anteriormente mencionado) en el corazón del cine. Nos hemos olvidado de Méliès, el cineasta original y precursor del cine como lo conocemos, primogénito entre los soñadores, el cándido cuenta-cuentos que no permitía a la tristeza adueñarse de sus foros, el primero que supo soñar junto a su público (cabe recalcar que no se debe tomar lo escrito aquí como una diatriba en contra de la presentación de la Tragedia dentro del cine, que si bien es omnipresente tanto en el arte como en la misma existencia humana, se ha tornado en una tema en extremo recurrente, creando un ámbito en el que los "finales felices" está vedados).

Con un pequeño recorrido a la Historia del Pensamiento y del Arte, podemos ver que después de la Segunda Guerra Mundial, el hombre se ha vuelto, de una manera más o menos consecuente de lo que en épocas pasadas, del absurdismo de la existencia y demás filosofías afines. Pero poco esfuerzo se ha hecho por mostrar otro que no sea el lado pesimista, e incluso fatalista, en casi toda expresión artística. Se ha formado un vacío existencial en el que la catarsis no es otra cosa que un sinónimo de autodestrucción, estancándose en un quietismo frente a la incertidumbre del hombre en el plano existencial, dejando de lado y olvidando a las infinitas posibilidades que nos presenta ésta incertidumbre frente al porvenir.

Debemos recordar como soñar del mismo modo que lo hacíamos en nuestra niñez, sin descuidar las experiencias que han ido forjando nuestra psique para convertirla en lo que es ahora; volver a nacer de la ingenuidad que nos presentan estos aspectos oníricos, disfrutar de los detalles que muchas veces se nos presentan como insignificantes y triviales. Y por último, como Cineasta, uno debe educarse a sí mismo junto a su público, dejar de ser condescendiente al mismo tiempo que pretencioso, ver más allá del cine. Soñar.

Necesitamos un Hugo Cabret, que nos encuentre, nos repare y nos saque de nuestro letargo; para así poder permitirnos a nosotros mismos el soñar de nuevo. Nunca dejemos de crear, de ser absurdos, de soñar. El cine, el arte, la vida, se vuelven perversos cuando uno deja de soñar.

"Rían, amigos míos. Ríanse conmigo, ríanse de mí, porque yo sueño sus sueños" - Georges Méliès